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COBAYAS HUMANOS

with 2 comments

Cobayas humanos.
Julio del 2010
   
Antonio Ortí y Marc Arias, Magazine,
LA VANGUARDIA, 4 de julio de 2010.
   
Son jóvenes, en su mayoría, que cobran entre 400 y
1.600 euros por probar nuevos medicamentos. Los
hay que toman psicofármacos, que testan colirios, o
que acceden a que se supervise cuántas erecciones
nocturnas tienen. La salud de la industria
farmacéutica y la curación de miles de enfermos
dependen de ellos.Silvia llega arrastrando una maleta verde. A primera
vista, podría pasar por una estudiante que se marcha
de vacaciones: pantalones vaqueros, auriculares y
aire ausente. Pero es una impresión engañosa: el
viaje lo hará, pero para financiárselo tendrá que
hacer escala en un hospital de Barcelona. “Hola”,
saluda sonriente. Tras presentarse, una enfermera
de enseña la que será su casa: una pequeña cocina,
un salón espacioso y, ya más al fondo, las literas,
mucho más cómodas que las antiguas camillas de
exploración que obligaban a los cobayas a dormir
casi rígidos para no caerse al suelo.En el salón, varias personas navegan por internet
aprovechando que hay wi-fi. Algunos se conocen de
otros experiumentos e intercambian bromas: “¡Te
acuerdas del susto que me pegué al despertarme y
verte con la cabeza llena de cables!”. Jeny, una
peruana de 40 años, se refiere a un estiudio sobre el
insomnio donde a los voluntarios les colocaron unos
sensores en la cabeza, en el corazón y en las manos
para monitorizar qué les sucedía mientras estaban
dormidos.Karina Pizzolito, una argentina de 38 años, cuenta
otra anécdota. Unavez tuvo que participar en una
investigación muy bien pagada donde tres grupos de
seis personas tenían que experimentar con un
relajante parecido al Valium. Al primer grupo se le
sumibistró un placebo (ni ellos ni los médicos lo
sabían); al segundo, el fármaco en cuestión, y al
tercer grupo, una combinación del medicamento y de
un antialérgico. “Había gente que se dormía de pie,
otros que tenían somnolencia y otros que no notaban
nada y se reían”, recuerda un estudio que la
terminología médica nombra como de doble ciego
(nadie sabe qué administra o toma), en el que el
promotor que lo financia, normalmente un
laboratorio, intenta no influir en la psicología de
médicos y pacientes para que el resultado sea más
fidedigno.Los jóvenes que charlan distendidamente en la
segunda planta del pabellón 18 del hospital de Sant
Pau de Barcelona son una pieza clave en la
investigación farmacéutica. En España hay 19
unidades clínicas de este tipo, donde alrededor de
3.600 jóvenes experimentan con medicamentos que
todavía no han salido al mercado y que deben
ensayarse obligatoriamente con seres humanos antes
de ser aprobados.Los hay que prestan sus venas a la ciencia –en
Madrid algunos cobayas llaman a las extracciones de
sangre chupitos-; que comprueban la eficacia de
todo tipo de pastillas, o que participan en estudios
para averiguar a partir de qué momento la dosis de
un fármaco produce efectos indeseables.Como explica Antonio Portolés, jefe de sección del
servicio de Farmacología Clínica del Hospital
Universitario San Carlos de Madrid y presidente de la
Sociedad Española de Farmacología Clínica,
“cualquier medicamento, por el mero hecho de serlo,
debe recorrer el mismo camino hasta demostrar su
eficacia y seguridad”. Es decir, un simple jarabe para
la tos o un colirio están en el mostrador de la
farmacia porque alguien los ha probado antes.El elenco de posibilidades es de lo más variado y
abarca desde psicofármacos hasta píldoras
somníferas, pasando por antibióticos contra el
ántrax. Un estudio realizado en Escocia consistía en
pasar todo un día en un bosque infestado de bichos
para comprobar la eficacia de un nuevo repelente de
insectos.Hasta hace cinco años, los aspirantes a cobayas
solían ser estudiantes universitarios de Medicina y
Enfermería. Ahora, en cambio, hay otro gran grupo
formado por inmigrantes, básicamente
latinoamericanos y de países del Este, a los que se
les suman españoles que han perdido su trabajo.Barry Lynam pertenece a la vieja guardia: su
facultad queda dentro del recinto que ocupa el
hospital, por lo que de vez en cuando se deja caer
por el comedor de los médicos, donde el menú sale
por 2,85 euros, en lugar de los cinco euros que les
cuesta a los estudiantes. Además, el comedor queda
al lado del pabellón 18, donde se cuelgan los
estudios que van a tener lugar y sus condiciones.Este inglés de Liverpool de 25 años ya ha participado
en nueve investigaciones en las que ha tenido que
probar fármacos antiepilépticos, hipotensores o
antiinflamatorios. Una vez le echaron gotas en la
oreja para comprobar si daban resultado contra los
hongos. En otra ocasión, participó en una
investigación sobre erecciones nocturnas donde le
pusieron dos anillas, una en la parte superior del
pene y otra más abajo, conectadas a un aparato con
forma de walkman que se contraía a ritmo dispar y
que comprobaba las fluctuaciones de su corazón y de
su cerebro.“Dos de nosotros rompimos la máquina y tuvimos
que llamar a Maribel”, cuenta Barry, al que sólo le
falta sacarse el MIR para convertirse en cirujano.
Maribel es la enfermera de turno de noche y lleva 17
horas sin dormir, lo que no impide que saque de
dudas: lo normal es tener cuatro erecciones
nocturnas, una por cada fase REM de sueño
profundo, explica. En cuanto a David, el enfermero
que acaba de entrar en la habitación “podría tirar
perfectamente con arco, ya que pincha que ni te
enteras, y eso que las vías que coloca son pelín más
gruesas que una aguja convencional”, explica Barry.
Todos están avezados a la rutina médica.Al frente del equipo se encuentra Manuel Barbanoj,
profesor del departamento de Farmacología y
Terapéutica de la Universidad Autónoma de
Barcelona y director del Centro de Investigación de
Medicamentos (CIM) del hospital Sant Pau, el más
antiguo de España. Su especialidad es comprobar
cómo actúan los psicofármacos en el cerebro. Su
escritorio transmite la sensación de que es un
hombre completamente volcado en su trabajo, tanto
que no tiene “tiempo material” –se excusa- de
ordenar la cordillera de carpetas que se apilan sobre
su mesa hasta casi dejarle sin espacio. Viéndolo en
medio de ese caos, es fácil deducir que sólo una
mente privilegiada ouede coordinar las montañas de
información que genera un ensayo farmacéutico.De entrada, Barbanoj quiere dejar algo claro: la
palabra cobaya le disgusta enormemente “ya que
tiene una connotación que recuerda al Profesor
Bacterio”, dice. “En cualquier momento de la
investigación clínica priman la seguridad y el
bienestar del participante. Cuando el riesgo es
superior al beneficio, el experimento se interrumpe o
directamente no se hace”, añasde.Con todo, a los participantes (así hay que llamarles,
aconseja) se les hace un seguro de vida que cubre
las posibles contingencias que les puedan ocurrir
durante los dos años siguientes. “Pero insisto –
interviene de nuevo Barbanoj-, el riesgo no puede
ser superior al de la vida diaria y viene a ser similar
a morir atropellado”. De entre los miles de ensayos
de fármacos que se hacen en todo el mundo, en
algunos casos, los participantes sí que han sufrido
efectos adversos o secundarios graves.De velar por la seguridad de los participantes en los
más de 600 estudios que se realizaron en el 2009 en
Erspaña se encarga la Agencia Española de
Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps). Para
que un hiumano pruebe un medicamento antes de
que salga al mercado, un laboratorio ha de sugerir a
una unidad médica especializada la posibilidad de
testar una molécula. A partit de ahí, uno de los 142
comités éticos existentes en España ha de dar su
consentimiento, previamente a que lo autorice la
Aemps. “Esto conlleva –señala un portavoz de la
citada agencia- que se evalúe la pertinencia del
ensayo, que se valore la enfermedad que se
investiga, la información disponible sobre el
medicamento y el diseño del ensayo”.Con todo ello se redacta la hoja de consentimiento
informado, el documento que firma cualquier
voluntario en el que se le informa “de forma
correcta, completa y entendible tanto sobre los
riesgos como sobre las incomodidades que su
participación puede entrañar así como que puede
dejar de participar en él en cualquier momento sin
ningún tipo de explicación”, añade el citado
portavoz.

Los voluntarios de Madrid, Pamplona, Valencia y
Barcelona entrevistados coinciden en que se trata de
estudios seguros, donde está todo bajo control.
Después de escuchar a Barry, Jeny, Karina, Pedro,
Jordi, María, Pepa, Jorge y Tomás parece que lo
peor de su experiencia es el día que toca comer
pescado. El pollo y la sopa, en cambio, reciben la
aprobación de casi todos ellos.

Por participar en el experimento, permitir que se les
extraiga sangre hasta 16 veces durante 24 horas,
dormir en el hospital, comerse el pescado y acudir a
que les hagan tantas pruebas como se estime
necesario, los voluntarios cobran entre 360 y 1.600
euros, en función del número de horas que han de
pasar en el hospital y no de la peligrosidad del
fármaco, ya que se estima que no hay riesgo.

Dado que cualquier actividad que implica ganar
dinero corre el riesgo de profesionalizarse, se exige
a los voluntarios que han participado en un ensayo
clínico que descansen tres meses. Algunos intentan
saltarse esta prescripción (ya han pillado a algunos),
pero son los menos. Por haber, hay voluntarios que
no lo hacen por dinero.

El caso de Jeny es emblemático. Esta mujer que en
su vida diaria no tioma medicamentos salvo por
causa mayor (una paradoja que se repite en otros
voluntarios) leyó un anuncio en La Vanguardia que
requería a personas con problemas de sueño y
decidió presentarse. Como cumplía los requisitos
(agotamiento, irritación, dificultad para conciliar el
sueño), pensó que podía matar dos pájaros de un
tiro: curarse y tener una atención personalizada.

“Recuerdo que me dieron una especie de PDA para
que introdujera a qué hora tomaba la pastilla,
cuándo me desperataba, etcétera. Tenía que seguir
un horario muy estricto, ya que los promotores del
estudio eran escandinavos y si introducía los datos
muy tarde, ellos ya estaban durmiendo y no me
aceptaban el resultado. Pero que quede muy claro
que a mí no me importaba el dinero, sino el
tratamiento”, recalca.

Le salió bien: consiguió curarse. Para ello, estuvo
ingresada en el hospital, donde la despertaban a las
siete de la mañana. Un poco después, le extraían
sangre y le hacían diversos test de agilidad mental,
visual y auditiva. También anotaban cómo había
dormido. A las 9 llegaba la doctora, revisaba su
cuadro clínico y le hacía algunas preguntas. Media
hora después salía a la calle para hacer vida normal,
hasta que anochecía, cuando regresaba al hospital.
Por colaborar enn el estudio, cobró 1.200 euros
aunque, de momento, no tiene intención de volver.

Pero lo normal es convertirse en voluntario gracias a
la información que va de boca en boca. Tomás
(prefiere ocultar el apellido) se enteró por un amigo
de la facultad de Medicina de que existía esa
posibilidad y de que pagaban bien. Ahora que ya
ejerce como médico, se lo ha recomendado a sus
hermanos, dos de los cuales ya saben lo que es.

“La sociedad no acaba de comprender que lo que
hacemos es mejorar la información disponible y
contribuir a que los fármacos sean más seguros,
eficaces y baratos”, declara. “¿Mi primera vez? No
noté nasda. En cambio, el segundo medicamento
que probé me provocó un pequeño mareo. Si quieres
que te sea sincero, me produjo más efectos
secundarios no poder desayunar que el fármaco en
sí. Pero, fuera de eso, fenomenal: jugábamos al
mus, teníamos películas,… hasta conseguimos
estudiar algún rato”, explica.

Para algunos voluntarios, probar un medicamento no
parece muy diferente a ir de colonias. Es el caso,
por ejemplo, de María Sola, una pamplonesa de 23
años, que participa con su novio en un experimento
que tiene lugar en la Clínica Universidad de Navarra.
María se enteró por su madre, que trabaja de
auxiliar de enfermería en la clínica, y como pagaban
bien, decidió presentarse. Su padre, en cambio, le
dijo: “María, vamos a ver, ¿no hay más trabajos que
ser cobaya?”.

Al igual que otros voluntarios, que donan sangre,
María es donante de médula ósea. Por lo demás, y
excepñtuando que no le dejan comer chocolate, se lo
está pasando bomba. “Ayer jugamos al Trivial y
luego compartí una película con mi compañera de
camilla, ya que las primeras tres horas o nos dejan
levantarnos. También escucho música con el portátil
y escribo postales”, declara después de confesar en
qué se gastará el dinero: en viajar primero a
Alemania y luego a California. “¡A ver qué tendré
que hacer para conseguirlo…!”, se pregunta riendo.

A su lado está Pedro Sigaud escuchando hip hop.
Nació en Alemania, vivió en Brasil y ahora estudia el
doctorado de Comunicación en Pamplona, por lo que
sus 25 años parecen muy aprovechados.

Como es su primera vez, no pierde detalle de lo que
pasa. “Antes de las pruebas te sacan sangre y te
hacen un chequeo para saber si eres apto. Te
ingresan la víspera y cenas con tus diez compañeros.
A las 6:15 de la mañana te despiertan y a las 8 te
dan la pastilla. Luego te ponen una vía y cada 20
minutos te sacan sangre, más tarde cada hora y
finalmente cada dos. Hoy estaré hasta las 8 de la
tarde, en total 24 horas. Llevo idea de repetir”.

Por lo que respecta a Jordi Crosas, tiene 18 años,
estudia Farmacia y participa en el mismo estudio
que Pedro. Con el dinero que obtenga, se piensa
sacar el carnet de conducir, con lo que seguramente
irá más a Girona a visitar a su familia. Pese a que
sus colegas se hinchan a gastarle bromas (“¡A ver si
estás entero cuando nos veamos…!”), considera que
“es un esfuerzo pequeño para una gran
recompensa”.

Al frente de la investigación en la que participan se
encuentra Belén Sádaba, farmacóloga clínica y
responsible de la unidad de fase I de la Clínica
Universidad de Navarra. Su hospital se ha
especializado en investigar la tolerancia de
medicamentos que se aplican por vía tópica (es
decir, que utilizan la piel y las mucosas para la
administración del fármaco), caso de cremas y
colirios. Belén explica que se intenta que haya un
número proporcionado de mujeres y hombres en los
ensayos y también que el número de abandonos es
bajo. “Los voluntarios preguntan sobre todo por los
efectos secundarios, pero no, no preguntan mucho”,
explica.

También explica otra curiosidad: “Cada tipo de
organismo reacciona a los fármacos de forma
diferente. Los chinos y los japoneses metabolizan de
forma distinta a los españoles y lo mismo pasa con
las personas de raza negra en relación a
medicamentos que tratan la hipertensión. Por eso, a
veces hay que repetir el ensayo clínico con
diferentes poblaciones”.

Por lo que cuentan, muchos de estos cobayas
emplearán el dinero que han ganado para pagarse un
viaje de vacaciones. Tal vez lo que ignoren es que
muchos enfermos podrán seguir viendo mundo
gracias a ellos y recuperar así la esperanza de
bañarse en alguna playa cristalina en la que todo se
reduzca a una palabra: tranquilidad.

   
 
 
   
   

OTRO TIPO DE COBAYAS

http://www.20minutos.es/noticia/516394/0/experimentos/militares/escandalos/

Estos son los diez proyectos militares más escandalosos, según una revista científica
  • Inoculación de plutonio para conocer los efectos en humanos, píldoras anti-sueño, soldados totales inmunes a las amenazas…
  • Los departamentos militares, como el DARPA estadounidense, han gastado miles de millones de euros en proyectos costosos y arriesgados. 
  • 20MINUTOS.ES. 13.09.2009 – 12.55h
  • La inteligencia militar, que para algunos es un oxímoron y para otros un pleonasmo, ha desarrollado, a lo largo del siglo que ha supuesto su perfeccionamiento más sutil (y siniestro), experimentos bizarros, útiles, inútiles, arriesgados, sofisticados, inmorales o costosos.

    La revista científica LiveScience ha reunido en un decálogo los ensayos militares que por algún motivo (financiación secreta, riesgo para la salud, amenaza geopolítica) han suscitado controversia o rechazo.

    Visión nocturna

    El ejército de EE UU quiso desarrollar un sistema de visión nocturna durante la Segunda Guerra Mundial para proporcionar a sus tropas una ventaja significativa, sobre todo en el Pacífico.

    Los aportes extra de la vitamina A fueron obtenidos del hígado de las luciopercas e inyectados en sujetos voluntarios en el experimento

    Sin embargo, la longitud de onda de los rayos infrarrojos está más allá de la sensibilidad ocular de los humanos. Los científicos sabían ya entonces que la vitamina A contenía una molécula especialmente sensible a la luz, y se preguntaban si una forma alternativa de esta vitamina podría proporcionar diferente sensibilidad lumínica a los ojos.

    Los aportes extra de la vitamina A fueron obtenidos del hígado de las luciopercas, y la visión de los voluntarios que se prestaron a ser las cobayas humanas del experimento empezó a mutar, siendo cada vez más sensible a la luz infrarroja. Pero este prometedor avance fue abandonado tan pronto como los científicos desarrollaron instrumentos electrónicos para realizar la misma tarea.

    Plutonio en humanos

    En pleno sprint de la carrera para obtener la bomba atómica, los científicos adscritos al departamento de defensa de EE UU quisieron saber cuáles eran los verdaderos efectos del plutonio sobre las personas. La primea prueba en humanos se realizo en 1945, cuando a una víctima de un accidente de coche le fue inyectada una dosis de plutonio. Esta fue la primera cobaya radiactiva de las alrededor de 400 que la revista cita.

    Cohete humano

    Antes de que el ser humano fuera capaz de dominar la tecnología necesaria para orbitar alrededor de la Tierra, los experimentos con cohetes espaciales eran mucho más rudimentarios.

    Científicos de la NASA desarrollaron –y a menudo probaron con fatales resultados-, una especie trineo capaz de viajar a altísimas velocidades antes de frenar en seco. Algunos de los militares que se sometieron a este estado límite sufrieron las consecuencias en forma de contusiones, fracturas de costillas y muñecas, etc.

    Pacifistas cobayas

    Durante la Guerra Fría, alrededor de 2.300 jóvenes pertenecientes a la secta de Los Adventistas del Séptimo Día se negaron a luchar usando armas químicas y bacteriológicas. Muchos de ellos, se presentaron en cambio voluntarios para servir de guinea pigs (cobayas) testando vacunas contra las armas biológicas. Tiempo después estos voluntarios recordaban cómo tras ser inoculados sufrieron fiebre, temblores y diversas enfermedades.

    Guerreros 24/7

    La denominación Guerreros 24/7 quiere decir guerrero a tiempo total, día y noche, 24 horas, 7 días a la semana. El sueño es un impedimento biológico para luchar en un largo combate. Algunas unidades militares tratan de reducir sus efectos con píldoras estimulantes cada vez más eficaces, algunas de ellas capaces de mantener a un soldado despierto y activo durante 40 horas sin, presuntamente, efectos negativos.

    Y la DARPA, agencia estadounidense para proyectos de investigación de defensa avanzados, está desarrollando experimentos de estimulación magnética craneal para obtener resultados similares.

    Ayuda de la parapsicología

    Los parapsicólogos no tienen, y con razón, mucha credibilidad entre la comunidad científica (a la que no pertenecen). Pero esto no ha sido óbice para que el Pentágono haya gastado 20 millones de dólares probando presuntos poderes extrasensoriales (ESP) entre 1972 y 1996. Los experimentos, bajo diferentes denominaciones a lo largo de los años, fracasaron. En 2002 la CIA desclasificó los documentos relativos a ellos.

    Soldados totales

    Otra proyecto de la agencia estatal DARPA es el “Inner Armor”, un intento de crear por fin un soldado total, un supersoldado. El objetivo es dotar al ser humano, que es un animal no especializado en nada salvo en pensar, con las capacidades físicas de otros animales, tales como soportar las condiciones extremas de las grandes alturas o la reducción de las necesidades de oxígeno durante la inmersión en el mar.

    Como uno de los directores del proyecto señaló, lo que se busca son soldados inmunes a casi todos los peligros, incluidas enfermedades infecciosas, radiactividad…

    Otros experimentos

    Experimentos con gas nervioso, como los que tuvieron lugar durante la Guerra Fría, y que fueron destapados en 2002, investigación sobre los efectos de las drogas alucinógenas (el famoso MK-Ultra) o experimentos sobre cómo los soldados podrían sobrevivir a una caída a la velocidad del sonido, son los otros ejemplos de proyectos militares llevados a cabo durante el siglo XX por las fuerzas armadas estadounidenses.

    ____________________________________________________

    Cuando los humanos eran cobayas y los médicos asesinos

    http://www.elmundo.es/elmundosalud/2010/09/03/noticias/1283529636.html

    La búsqueda de una técnica ‘rápida’ de esterilización fue un eje de los ensayos

    • Muchos experimentos se realizaron con fines militares

    María Sainz | Javier Beneytez (vídeo) | Madrid

    Actualizado sábado 04/09/2010 16:14 horas

    No sólo se les mataba a sangre fría. Durante el Holocausto, los considerados como seres que ‘ensuciaban’ la raza aria (judíos, gitanos, discapacitados…) fueron empleados como conejillos de indias. Se cometieron con ellos auténticas tropelías, siempre bajo una ‘justificación’ supuestamente científica.

    “Todo lo que uno pueda imaginarse sucedió”, explica a ELMUNDO.ES Esteban González, profesor de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. Además de la mal llamada ‘eutanasia’ practicada en los ‘no validos’ (discapacitados psíquicos o físicos, tanto niños como adultos, o de razas ‘inferiores’), en la década de los 30 se sucedieron todo tipo de experimentos médicos.

    Quizás unos de los más conocidos sean los realizados por Josef Mengele y Otmar von Verschuer con gemelos. Entre otros ensayos, se estudió el componente genético de enfermedades como el cáncer o la tuberculosis. Y, si era necesario, se mataba a uno o a dos hermanos sin contemplaciones. “Se les asesinaba para cotejar datos clínicos y experimentales”, declara un artículo aparecido en 2009 en ‘The Lancet’.

    Pero estos ‘trabajos científicos’ no fueron, ni mucho menos, los únicos. La esterilización de “enemigos del estado, como rusos, polacos”, explican Susan Benedict y Jam M. Georges, en ‘Nursing Inquiry’, fue eje de múltiples ensayos. En varios campos de concentración, hombres y mujeres se sometían a radioterapia, cirugía e inyecciones de todo tipo de sustancias corrosivas. En Auschwitz los doctores Carl Clauberg y Horst Schumann fueron especialmente ‘prolíficos’ en estas investigaciones.

    “A los que sobrevivían a la radiación se les solía someter a cirugía para evaluar la esterilización. A las mujeres se les extirpaba uno o los dos ovarios, y a los hombres los testículos”, afirman Benedict y Georges.

    Con fines militares

    Los experimentos con fines militares también cobraron una atrocidad difícil de digerir. “Se estudió la respuesta humana a la altitud y a las temperaturas muy bajas y se les expuso a bombas incendiarias, gas mostaza y otros venenos […] En otros ensayos, los presos fueron infectados a propósito con tifus, malaria o ictericia, con el fin de desarrollar posibles vacunas y tratamientos eficaces”, aseguraba un estudio en la revista ‘Neurology’ en 1994.

    Dos años después de la aparición de este artículo, otro publicado en‘Journal of the American Medical Association’ ofrecía más datos: “Se les usó para conocer si el agua del mar podía llegar a ser potable y si sería posible realizar trasplantes de huesos, músculos y articulaciones”.

    Por otro lado, también fue habitual que distintas organizaciones con fines científicos pidiesen una ‘remesa’ de presos con los que experimentar. “Los alemanes consideraban que Auschwitz era una especie de santuario de la ciencia y la tecnología”, señalaban los autores de un editorial aparecido en >’The Annals of Internal Medicine’ en 2004.

    Algunas universidades también ‘aprovecharon’ el momento e investigaron con los órganos de los asesinados. “Les dije, mirad, si vais a matar a toda esa gente, al menos quitarle los cerebros, para poder emplear el material”, llegó a señalar un neuropatólogo de la época, según recoge ‘The British Medical Journal’.

    Todos estos experimentos, tal y como quedó reflejado en el juicio de Nuremberg, donde varios especialistas de la Medicina fueron condenados por sus crímenes, marcaron una época en la que se violó cualquier tipo de código ético imaginable.

    Tal y como concluye Alan Jotkowitz, autor de un texto sobre la medicina en el Holocausto, todo lo sucedido “nos debería recordar que los dilemas de este tipo siguen existiendo de forma trágica en el mundo, sobre todo en las regiones en las que reina el mal y la vida humana no tiene valor moral“.

    http://www.elmundo.es/elmundosalud/2010/09/03/noticias/1283529636.html

    Written by rudy2

    December 6, 2010 at 11:41

    2 Responses

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    1. como puedo trabajar como cobaya ?? algun contacto por favor !!

      daniel

      September 1, 2015 at 14:00

    2. me contactan a daniel.abdel@hotmail.com quiero ser cobaya

      daniel

      September 1, 2015 at 14:01


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