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GUERRA INVISIBLE

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Por Alejandro Polanco Masa

Vivimos inmersos en un océano que no podemos sentir, un mar invisible que, sin embargo, nos envuelve perpetuamente. Es el océano de las ondas electromagnéticas que, aparte de las luminosas que nos abren el mundo de la visión, pasan desapercibidas por completo. Pero la radio funciona gracias a ellas, al igual que la televisión. Atraviesan paredes y objetos, son capaces de dañar al cuerpo humano pero también de sanarlo y, aunque lo ignoramos, pueden servir como arma de guerra. En este tipo de ataques, las víctimas ignoran su suerte y desconocen que son objeto de agresión. Son cobayas humanos, elegidos para servir de sujetos pasivos en atroces experimentos. 

Todos recordamos las horrendas calamidades sufridas por millones de seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial y cómo algunos “médicos” nazis experimentaron con personas vivas para probar nuevos tipos de armamento. Aquello terminó, afortunadamente, hace mucho. Pero la pesadilla que suponen los experimentos con seres humanos no terminó ahí.

Son menos conocidos y, en gran parte, continúan ocultos bajo el sello del secreto oficial. Durante la Guerra Fría, tanto norteamericanos como soviéticos, además de otros implicados, realizaron espeluznantes experimentos sobre población civil desprotegida para comprobar la eficacia de nuevas formas de control mental o armas recién descubiertas.

De todas estas experiencias, algunas ya desclasificadas, las más conocidas son aquellas llevadas a cabo por el ejército de los Estados Unidos para comprobar los efectos de la radiación tras un posible conflicto atómico. Así, se movilizaron tropas para ocupar áreas donde se habían detonado bombas nucleares, exponiendo a los soldados, ignorantes de ello, a peligrosas radiaciones, al igual que se hizo con cientos de “voluntarios” forzados en cárceles, por medio de la administración intravenosa de compuestos radiactivos.

Eso mismo se hizo con población civil, sobre todo de color.

En los años cuarenta, durante experimentos de explosión atómica,

se expusieron a los efectos de la radiación tanto a militares como a civiles.

En la imagen: un grupo de periodistas en un lugar de experimentación atómica

Pero existe un lado aún más desconocido y oscuro en la trama de los cobayas humanos. Se sabe desde hace décadas que las radiaciones electromagnéticas, como las que hacen posible la radio, tratadas de forma especial, son capaces de interferir en el funcionamiento de organismos vivos. Hoy se está desarrollando un área de la ciencia médica y biológica, con grandes expectativas, denominada bioelectromagnetismo, cuya meta es descubrir los mecanismos de esa interacción entre las ondas y los cuerpos vivos para averiguar su peligrosidad y diseñar nuevos tratamientos terapéuticos.

Sin embargo, lejos de la ciencia médica, se han venido realizando muchos experimentos con ondas electromagnéticas y seres humanos, casi siempre con un solo objetivo: desarrollar armas no letales capaces de modificar la conciencia a distancia, incluso de grandes grupos de población al mismo tiempo.

¿No sería la panacea para un ejército el conquistar  un país en el que toda la población estuviera condicionada mentalmente para aceptarlo? Sobre esto hay mucho más de lo que parece y, a pesar de los secretos, ya se conocen muchos datos, los suficientes como para intuir que todos somos víctimas en potencia, da igual dónde estemos, llegado el caso de un ataque no lo sentiríamos, no habría casi ninguna forma de protegerse. En realidad esto sería muy complejo, aunque existen algunos sistemas muy complejos de apantallamiento contra ondas electromagnéticas de baja frecuencia, son demasiado aparatosos y caros.

Dentro de la cabeza

De todas las tecnologías desarrolladas para alterar, de manera forzada, el estado de conciencia de las personas, el uso de ondas electromagnéticas de frecuencia extremadamente baja (ELF) es una de las más investigadas, junto con la utilización de substancias psicoactivas, como el LSD.  Desde los años cincuenta se vienen realizando decenas de experimentos, tanto en los Estados Unidos como en Rusia, en los que se utilizan pulsos de ELF para comprobar qué efectos causan sobre los estados mentales.

Muchas de estas prácticas se pusieron en marcha en forma de implantes electrónicos en alguna parte del cráneo del sujeto experimental. Así, se verificó la capacidad de modificar las sensaciones, sentimientos y emociones de una persona por medio de la estimulación electromagnética de diversas áreas del cerebro. Se demostró que era posible inducir emociones concretas, crear alucinaciones auditivas y visuales o simular síntomas que, generalmente, están asociados a trastornos psiquiátricos, como la esquizofrenia.

Algunas de aquellas personas, generalmente militares “voluntarios”, desconocían que eran portadores de un implante gobernado a distancia, que era el causante de sus trastornos mentales. El tema de los implantes cerebrales, amplio por sí mismo, viene de lejos, ya que han sido utilizados desde mediados de los cuarenta, aunque aquellos simples electrodos controlados por cables no pasaron a ser “independientes” y manejados por radio hasta los años setenta, cuando fueron miniaturizados.

Paciente sometido a una exploración con estimulación magnética transcraneal

Fuente: M.I.T.

Aunque parezca ciencia ficción, existe bastante conocimiento por parte de la neurología acerca de la modificación del comportamiento y la percepción a través del uso de campos electromagnéticos. La conocida como estimulación magnética transcraneal (EMT) es una técnica utilizada en la investigación del funcionamiento del cerebro y constituye la base teórica para muchos de estos experimentos. Consiste en el uso de potentes campos magnéticos, con variaciones muy rápidas en su intensidad, capaces de inducir campos eléctricos en el interior del cerebro. Así se logra modificar la percepción y las sensaciones de la persona expuesta pues, a fin de cuentas, el funcionamiento de esa máquina maravillosa que es el cerebro humano se basa en impulsos electroquímicos, como si fuera un ordenador de complejidad inconcebible.

Naturalmente, la EMT no es un arma de guerra, ni mucho menos, aunque sí que ha servido de “inspiración” para algunos experimentos militares. Inicialmente esta tecnología se desarrolló para crear una “cartografía” del cerebro humano. Así, se pueden “activar” o “desactivar” diferentes regiones cerebrales para comprobar su función, además de servir como agente terapéutico experimental en el tratamiento de enfermedades como la depresión severa. Últimamente han recibido bastante publicidad las investigaciones del neurocientífico Michael Persinger, de la LaurentialUniversity de Ontario, Canadá, quien, por medio de tecnologías similares a la EMT, parece haber replicado en sujetos voluntarios sensaciones o emociones cercanas a una experiencia religiosa o como las que dicen sentir muchas de las víctimas de presuntas abducciones e incluso viajes “astrales” inducidos.

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Uno de los documentos desclasificados del Proyecto MK-Ultra.

Entonces, dado que la base teórica y experimental es sólida ¿se han utilizado alguna vez estas técnicas para conseguir el control mental de poblaciones o sujetos a distancia? Parece ser que sí, y no pocas veces, sino de manera sistemática. El listado completo aburriría, por lo que sólo voy a citar algunos ejemplos norteamericanos, que son los más conocidos aunque no todos confirmados, y a hacer hincapié, posteriormente, en el Proyecto HAARP. 

A principios de los cincuenta la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, CIA, organizó el Proyecto Moonstruck que consistió en el uso de implantes electrónicos en el cráneo de sujetos forzosos para verificar la viabilidad del control mental a distancia. Posteriormente, durante el desarrollo del muy conocido Proyecto MK-Ultra, se intentó sugestionar a distancia a varios sujetos de control e incluso, el borrado de memoria y su substitución por “nuevos” recuerdos, todo ello utilizando ondas electromagnéticas en combinación con potentes drogas psicoactivas. Las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos, por su parte, utilizaron ondas ELF, combinadas con el uso de drogas e hipnosis para modificar el estado mental, todo ello durante el llamado Proyecto Orión, en 1958.

La CIA, muy interesada en las posibilidades de esta tecnología, puso en marcha en los sesenta el MK-Delta para intentar inducir fatiga o miedo en la población civil a través de ondas moduladas.  Ya en los años ochenta y noventa, con el gran desarrollo de la tecnología de comunicaciones, tanto la CIA como la NSA y otras agencias estadounidenses pusieron en marcha infinidad de programas de investigación, como el Phoenix, Trident o el RF Media, que siempre tuvieron versión su “gemela” en Rusia.

En éstos se seleccionaban grupos de población que se irradiaban con microondas de diversos tipos y gran potencia. Los efectos perseguidos eran la creación en el conjunto de personas expuestas de una serie de síntomas, desde la somnolencia al terror irracional. Pero, de todos los programas, el más potente es el HAARP, aunque oficialmente poco tiene que ver con el control mental. 

http://www.ikerjimenez.com/reportajes/guerra_invisible/guerrainvisible.htm

Written by rudy2

December 6, 2010 at 14:02

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